Los fantasmas son esas figuras que existen en nuestros imaginarios personales, más allá de los espectros fantasmagóricos que retornan de la muerte. Todos convivimos con fantasmas que si nos remontáramos a la infancia, acudiríamos a Freud y a Kafka con el fantasma en su castillo. Formas que se aparecen en el momento más inoportuno y que a la vez, reflejan los terrores, los miedos y las reservas que se esconden subrepticiamente detrás de cada uno de nuestros comportamientos.
Hablamos de como el creador, el escritor, convive con sus fantasmas (o se convierte el mismo en un fantasma) a través de la obra literaria, bien a través del deslizamiento de la autoconciencia y de la experiencia, bien de la repetición de temas recurrentes, bien por cómo encauza sus obsesiones hasta llegar al texto con todos sus sentidos secretos.
Ser amado, ser querido, ser aceptado, ser odiado, ser seducido o ser seductor impenitente, pueden pasar de convertirse en una forma de vivir a un comportamiento literario, llegar a alcanzar una visión patológica de la realidad o acabar esperando un milagro (“Waiting for a miracle” Leonard Cohen, dixit).
También personajes de esos que se cruzan en nuestras vidas pueden convertirse en fantasmas, que complican y hacen doloros su devenir. Referentes familiares (incluyendo todos los que podamos recordar edípicos o electras), vidas que han influido, amores perdidos, amores imposibles, amantes de una noche, amores que no llegaron a serlo, la culpa, el dolor, decepciones que siguen deambulando en nuestras vidas y que el escritor transcribe y da forma, como un médium con su ser más profundo mientras perviven en su mente, incluyendo el papel en blanco son sus fantasmas. Ejercicios de expiación a través del escrito y la palabra, ese remordimiento de aquello que sucedió o por aquello que no sucedió jamás.
Pero bueno, lo cierto es que, ¿qué sería del arte y de la literatura, sin los fantasmas propios (y a veces los fantasmas colectivos y compartidos)?, dado que el fantasma es uno mismo y, por ello, la escritura y la poesía entonces es la palabra inaudible que procede de nuestra zona de sombra.
Quizá, por ello, la mejor manera de abordar esta relación intensa es contarla, narrarla, aprender a convivir con los fantasmas, a dialogar con esos seres, a entablar una conversación. Integrar canalizar la perturbación de nuestros poltergeist como un ejercicio de redención. Y, en eso, pienso que el artista, el escritor, pese a todos los ejemplos suicidas, nos lleva un camino de somatización de ventaja en esta forma de sublimación del dolor.
Quiero terminar este Storytelling con causa con un microrrelato de Juan José Arreola evocador de la vida, el amor, la pérdida y de sus fantasmas que nos habitan. Incluso fantasmas de los que uno prefiere no realizar su exorcismo. Un relato que concentra la esencia misma de esa Santa Compaña vital como una historia de fantasmas: “La mujer que amé se ha convertido en un fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones”.
Compañeros, contertulios, oyentes y lectores. Ahora, vuestros fantasmas.
Storytelling con causa, El Marcapáginas, 9 de marzo de 2018. Con inspiraciones de Miguel Ángel Ortega Lucas y su Memorias del fantasma (La fea burguesía)