(Intervención en El Marcapáginas de Gestiona Radio del 23 de enero de 2015)
El fracaso como argumento ha ido perdiendo su atractivo y, con ello, la figura del fracasado y la estética del perdedor. Probablemente, desde la forma en que valores como la fama o el éxito han irrumpido en la sociedad, hasta la forma en que los libros de autoayuda han conformado un género propio, se ha arrinconado la atracción sobre el fracaso que existía en el cine o en la literatura. Y, es que el fracaso forma parte de la propia naturaleza humana, como también el éxito. De hecho, hasta existen museos dedicados al fracaso, como el Museo de las Relaciones Rotas en Zagreb dónde, por ejemplo, se recopilan los contratos de divorcio.
“Fracaso” desde el punto de vista de la filosofía es un término absoluto y existencial: proyecto que se frustra o como una vida carente de sentido: Jaspers habla de naufragio; Unamuno, de abismo; Heidegger, de caída; Sartre, de la nada; Camus, del absurdo.
En el panorama de argumentos universales sobre el fracaso, podríamos encontrar, primeramente, el fracaso amoroso, cuyo gran referente romántico sería el Werther de Goethe, atrapado en un amor imposible que le lleva al suicidio y que ha devenido en tantos personajes con relaciones imposibles, como el propio Baxter en El Apartamento (aquel inolvidable Jack Lemmon). O recordar la sordidez de Atlantic City de Louis Malle y su correlato en la canción desgarrada del mismo título de Bruce Springsteen, esta vez unida al mundo del juego.
En el pasado, el verbo fracasar se utilizaba como sinónimo de “naufragio”, con todo el mito construido alrededor del mismo desde el Titanic. En “El Marcapáginas”, hemos hablado de Shackleton, a propósito del libro de Jesús Alcoba cuyas expediciones transitaban también entre el éxito y el fracaso. Fracaso como expedición y, a la vez, éxito colectivo y como supervivencia.
El fracaso es otro de los argumentos presentes en la literatura y en la vida (y en la muerte) de muchos escritores, que tomaron opción personal el fracaso siendo el ejemplo más llamativo, quizá Rimbaud. Pero la lista es interminable, desde Virginia Woolf a Foster Wallace, pasando por el propio Truman Capote. Pero sin llegar a esos extremos suicidas, el fracaso es un elemento clave en la literatura de Scott Fitzgerald en El Gran Gatsby o de Cioran, o de otra forma, en la deliciosa lectura de “El divino fracaso” de Rafael Cansinos Assens.
Pero, además de en lo novelesco, de lo romántico, también encontramos el fracaso como algo cotidiano, igual que existe el éxito cotidiano y metódico. Ese sería la perspectiva de Julio Ramón Ribeyro en “La tentación del fracaso”, que como dice Juan José Millás fue “escrito mientras fracasaba, como si hubiera caído en ella”, escritor atrapado en vida anodina de funcionario y a la vez en sus diatribas sobre la escritura o el éxito. Incluso también han existido aproximaciones legendarias al fracaso desde la ironía, con comicidad y humor. Para mí, por ejemplo, el gran fracasado de nuestra literatura es Don Quijote.
Después de todas estas perspectivas, como siempre, queda la forma en que cada uno entendemos y abordamos la aceptación de esos procesos, más o menos, grandes o épicos de fracaso, en el bien entendido que, en muchos casos, detrás de la cara del éxito, existe la del fracaso. Y, es que todo ello nos lleva a aprender a aceptar lo inevitable, el fracaso, en muchas ocasiones, bailando y riendo como Zorba el Griego.
Para ello, una propuesta es la lectura de una aproximación sistemática al fracaso sin incorporar una carga emocional “Instrucciones para fracasar mejor. Una aproximación al fracaso” de Miguel Albero, en Abada Editores. Por eso, como decía Samuel Beckett “prueba otra vez, fracasa más, fracasa mejor”. Para vivir. Para triunfar.
CODA: ¡Una coda en un blog! Lo último. Queda pendiente un ‘post’ sobre la comunicación del fracaso hacia uno mismo, en el plano interno y en la comunicación pública.