La Ministra de Empleo, Fátima Báñez empleaba en estos días en una intervención en el Congreso el término “movilidad exterior” para referirse a la salida de jóvenes españoles hacia países extranjeros al no encontrar oportunidades de trabajo en nuestro país.
En su momento, la agencia de noticias Europa Press tituló en su momento, “Montoro confirma de forma eufemística que habrá subida del IVA “, al que añadía el siguiente sumario. “El ministro de Hacienda habla de una ‘estrategia tributaria’ acomodada a las recomendaciones europeas …”. El mismo Ministro de Hacienda, también utilizó otro eufemismo para referirse a los recortes presupuestarios en términos de “reajustes”. Del mismo modo, hay que recordar todos los eufemismos que utilizó el ex Presidente Zapatero para huir de la palabra crisis o utilizar la expresión metafórica “brotes verdes”. O los nombres de las leyes y proyectos de ley en España, son eufemísticos.
Sin entrar en lo económico, en lo político o en el mercado de trabajo, son ejemplos, particularmente recientes y abundantes de la utilización de eufemismos en la comunicación, en este caso, política.
En sentido contrario, empieza a ser frecuente la utilización de otros términos hiperbólicos y de trazo más grueso, como nazismo (cada vez más frecuente en la retórica política española, bien en palabras de Dolores de Cospedal o de Josep Fontana en El Periódico de Catalunya), sobre las ‘estafas’ inmobiliarias o a cuenta de los escraches o considerar que los deshaucios derivados de la crisis inmobiliaria, son genocidios. Su objetivo es amplificar la onda expansiva de los mensajes que profieren, en el bien entendido que su metralla las hace más potentes.
Por tanto, en la actualidad, parece que, en términos de comunicación política basculamos entre los dos extremos, del eufemismo al disfemismo hiperbólico, con difícil espacio para la existencia de términos medios o matizaciones.
Por su parte, el eufemismo sirve para ‘limar’ las asperezas de la lengua y de sus significados (sólo hay que ver cómo ha evolucionado el lenguaje escatológico). En todo caso, aunque sea una práctica frecuente, es ingenuo pensar que las palabras pueden neutralizar la realidad que se niega a nombrar.
Por otra parte, el disfemismo busca el efecto contrario al eufemismo, eligiendo en ese caso, la expresión más ruda y que contenga mayor carga emocional pública para conseguir la agitación, la polémica o el escándalo.
Y, todo ello, eufemismos y disfemismos, sin conocer o advertir la importancia de las palabras y de los términos en la comunicación. Es decir, sin comprender, la responsabilidad del emisor, en cómo el lenguaje crea la realidad o la deforma en el sentido ontológico. Habría que preguntarse por qué en los países sajones esta figura es menos frecuente.
Más eufemismos políticos y recientes en este artículo de El Confidencial «Movilidad exterior» y otros eufemismos de políticos en apuros». Habrá más post sobre este apasionante tema.