La intervención pública de la Ministra de Trabajo Elsa Fornero, integrante del nuevo gabinete del primer ministro Mario Monti, anunciando un muy duro programa de ajuste para Italia ha desatado ríos de tinta. Sus lágrimas han desatado opiniones, sobre todo desde el territorio de la politología, dónde no es frecuente encontrar apariciones en las que los protagonistas, políticos y gobernantes muestren sus emociones en público. La última que pudimos presenciar esto en nuestro país fue con la despedida de Miguel Ángel Moratinos de su cargo de Ministro. También una situación así, fue motivo de numerosas opiniones encontradas, con independencia de que el motivo del llanto fue diferente (el abandono de un cargo o un endurecimiento de las condiciones de vida de los italianos). Recordemos también las palabras de Hillary Clinton en New Hampshire cuando perdió el caucus demócrata frente a Obama, y como rompió a llorar, también con todo verismo.
Leía en un inteligente artículo de Enric Juliana, una inteligente reflexión acerca de esta intervención de la Ministra, que hasta hace menos de un mes era profesora de Economía Política en una Universidad en Turín: “ No es una profesional de la política y carece de entrenamiento ante las cámaras de televisión. No ha frecuentado los cursillos de telegenia; se le nota en el rostro. Siento escribirlo, pero ninguna de las actuales ministras españolas, virtuosas todas ellas en el arte de la mediática, es capaz de derramar lágrimas tan creíbles.”
Hay que partir que en España, los políticos son unos profesionales que la mayor parte provienen de los aparatos de los partidos y tienen un fuerte entrenamiento mediático. Es la politización de la politización, algo así como El Show de Truman. Mientras en Italia, gran parte de este gobierno son expertos, profesionales de la vida civil que están involucrados en la ‘cosa pública’. Lo cual no es poca diferencia, y seguramente, habría que ser muy comprensivos con estos últimos y críticos con los anteriores. La profesionalización en política o comunicación, resta naturalidad y oculta las emociones de quienes participan en ellas.
Por eso, en este post, quiero dar unos cuantos apuntes sobre la importancia de las emociones en la comunicación y en defensa de las mismas. Y las palabras de Juliana me hacen reflexionar sobre la tendencia a que la comunicación ‘emocional’ se haya visto relegada hacia la manipulación emocional del público al que va dirigida la comunicación. Y, en esto, es preciso tener en cuenta la tendencia de los profesionales de la telegenia y del ‘media training’ en evitar mostrar la vulnerabilidad y la fragilidad de las personas, hasta el punto en que la propia comunicación la hace falsa, impostada.
El asesoramiento en comunicación, tal y como se viene entendiendo, a veces consiste en elaborar una máscara que esconda nuestras emociones para evitar mostrar esa ‘vulnerabilidad’ que todos poseemos. Parece que se establece en términos de oposición, en una ausencia de sentimientos dentro de la comunicación. Parece como si, bajo la pátina de lo público o lo políticamente correcto, el hecho de evitar las emociones fuese un estándar aceptado en una sociedad que soporta poco las emociones que no elige, dado que escoge las que se administran en las obras de ficción o en la telerrealidad.
Y es que, de los distintos actos humanos, el más completo desde el punto de vista emocional es propia comunicación. En nuestra comunicación trasladamos nuestros estados de ánimo, nuestras actitudes, nuestros temores, nuestras debilidades, nuestra fragilidad y también nuestras fortalezas y, el hecho de sacar al exterior los mismos, tiene en primer lugar un efecto sanador para nosotros mismos. Y, somos más fuertes, cuanto más tenemos en cuenta, somos conscientes de nuestra fragilidad y gestionamos nuestras emociones en todos los actos en que vivimos. Es más en la propia comunicación, nuestro objetivo es provocar emociones.
Seguramente, todas estas cuestiones provienen de una educación y una cultura, que a fuerza de esconder la ‘gestión de las emociones’ procura evitarlas para que no nos sean incómodas. ¿Cuál es la razón de sentir esa incomodidad al ver aflorar las emociones en las personas, al mismo tiempo que somos capaces de soportar verdaderos salvajismos en los noticieros, en series de televisión o en programas de telerrealidad que manipulan las emociones? Queda una pregunta adicional que es si la forma en que muestran estas emociones es diferente entre hombres y mujeres, en la medida que la educación masculina es diferente en lo que se refiere a la gestión de las emociones (fue, ha sido, es y sigue siendo). Esta apreciación, no se refiere tanto al llanto femenino o masculino, sino más bien, a la capacidad de exteriorizar los sentimientos.
A mi juicio, las lágrimas de Elsa Fornero, veraces, humanas y fuertes, no pudieron tener un efecto más beneficioso para la propia Ministra, en primer lugar, desde el punto de vista personal. Pero, desde el punto de vista comunicacional, mostraron sin engaño las dificultades, la dureza (y reforzaron la necesidad) que contenía el ajuste que la Fornero había presentado y trasladaron un mensaje que es ya difícil de trasladar al ‘profesional-de-la-política-o-de-la-comunicación. Entiendo que el resultado de la intervención en público de Fornero, fue una verdadera comunicación, y sus lágrimas fueron más creíbles que los consejos de cientos de asesores en comunicación emocional, manipulación social y lacrimógena.
Por eso las critican.
Las lágrimas de la credibilidad (El País)
La ministra que llora (El País)